Primeramente, debo confesar que me considero mejor lectora que escritora.
Mis inicios en esta actividad, la de escribir, comienza si mal no recuerdo, aproximadamente cuando tenía la edad de cuatro años, cuando constantemente intentaba imprimir en un papel y, tal vez en todas partes que encontrase (ej.:paredes) algo tan identificatorio como es el nombre propio. No me cansaba de escribir, mamá, papá y Valeria, intentando ejercitar en cada letra, un nuevo descubrimiento, ya que en esa franja etaria los conocimientos sobre la escritura eran muy reducidos por no decir inexistentes.
Entrando en la edad de los diez u once años he iniciado varios diarios íntimos en los que escribía cosas que me pasaban, que quizás, me resultaban complicadas decírselas a alguien y entonces, era una manera de dejar registro de algunos acontecimientos, que en ese momento de mi vida, me parecían importantes. Hoy, cuando tomo en mis manos alguno de ellos, siento gracia y hasta me asombran las muchas anécdotas insignificantes, y otras no tanto, que hay en sus páginas. Seguramente, me sentiría incomoda si alguien me pidiese para leerlos u hojearlos, ya que como su nombre característico lo indica se reserva en ellos cierta intimidad, pero hay una parte de mí que se alegra por saber que, cuando regreso a ese cajoncito de la mesita de luz situada en mi dormitorio, entre mi cama y la de mi hermana, ahí están, y puedo observar en sus páginas parte de mi pasado y, ¿por qué no? como ha evolucionado mi vida y mi manera de dibujar las letras.
En mi paso por la secundaria, no he tenido motivaciones por escribir, porque tampoco se nos solicitaban grandes elaboraciones literarias, salvo una monografía de un cuento, el cual me produjo varios inconvenientes ya que éste requería de cuantiosas precisiones para lo cual me consideraba inexperta.
El año pasado, dos mil siete, en mi paso por el Ciclo Básico Común, me encontré con la necesidad de aprender, y en oportunidades modificar, mi manera de redactar, de expresar mis ideas; debía cumplir con pautas establecidas por la profesora que al mismo tiempo que limitaban, ampliaban mi campo de expresión a otro definitivamente más complejo y desconocido.
Espero poder llegar a hacerlo lo mejor posible, porque entiendo que esta actividad es crucial para la apropiación de nuevos conocimientos como también para ser plasmado, ya que de esta manera objetivamos las abstracciones propias de las ideas.
lunes, 21 de abril de 2008
Presentación del lector
Un texto que me dejo impresionada, tal vez por el tiempo en el que estamos viviendo en el que nos cuesta apreciar las pequeñas grandes cosas que nos ofrece la vida, es el de Enrique Mariscal. En su libro “Cuentos para regalar a personas sensibles” podemos encontrar en él una de sus exposiciones literarias, titulado “Problemas Complicados”.
El relato de un hombre que se describe en las diferentes etapas de crecimiento, desde su infancia, en la que se apenaba por la pérdida de un insignificante chupete, y luego, más adulto, recibido, con un futuro prometedor por recorrer en el que se creía capaz de cambiar el mundo pero en el que siempre encontraba algún motivo que le producía un imborrable sentimiento de tristeza.
Al finalizar la narración, este hombre se arrepiente de haber pasado toda su vida diciendo que existían problemas complicados. Éste, después de muerto se daba cuenta que en realidad no existían problemas con tal intensidad, sabía entender que para cada uno el problema que atravesaba era el más complicado según la etapa de la vida en la que se encontrase.
Este libro fue leído por mí, cuando tenía la edad de dieciséis años, será que en ese momento de transición de la adolescencia, donde uno hace de una piedra caída una roca que jamás podrá volverse a levantar, me hizo pensar que en realidad cada quién debe aprender a disfrutar todos los días de nuestra vida, y que por segundos hay que saber detenerse para poder observar con claridad las cosas más sencillas y que realmente nos hacen felices, porque sino puede llegar a ser muy tarde.
El relato de un hombre que se describe en las diferentes etapas de crecimiento, desde su infancia, en la que se apenaba por la pérdida de un insignificante chupete, y luego, más adulto, recibido, con un futuro prometedor por recorrer en el que se creía capaz de cambiar el mundo pero en el que siempre encontraba algún motivo que le producía un imborrable sentimiento de tristeza.
Al finalizar la narración, este hombre se arrepiente de haber pasado toda su vida diciendo que existían problemas complicados. Éste, después de muerto se daba cuenta que en realidad no existían problemas con tal intensidad, sabía entender que para cada uno el problema que atravesaba era el más complicado según la etapa de la vida en la que se encontrase.
Este libro fue leído por mí, cuando tenía la edad de dieciséis años, será que en ese momento de transición de la adolescencia, donde uno hace de una piedra caída una roca que jamás podrá volverse a levantar, me hizo pensar que en realidad cada quién debe aprender a disfrutar todos los días de nuestra vida, y que por segundos hay que saber detenerse para poder observar con claridad las cosas más sencillas y que realmente nos hacen felices, porque sino puede llegar a ser muy tarde.
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